Jeanne Dugés
Après la pluie, le beau temps
Físico
¿Por dónde podría comenzar? Hace tanto tiempo que no me veía con detenimiento ante un espejo que supongo será complicado describirme sin poder verme de frente. Lo último que recuerdo es que medía apenas 1.65, siempre fui un poco más alta que mi mamá, jamás más que mi papá, sin embargo creo yo que es la estatura perfecta, ni muy baja, ni muy alta.

Lo segundo que cualquiera puede ver a simple vista y que claro, estoy más que orgullosa de poseer, es mi cabello, no muy largo, algo rebelde sí, pero solo lo justo para crear pequeñas onditas que lo hagan ver algo alborotado. Me llega justo a los hombros, es de un castaño claro que al ser iluminado con el sol, si no te fijas bien, podría parecer un sutil tono de rubio cenizo.

He sido agraciada con una mirada bastante… ¿hechizante? El color de mis ojos, por muy extraño que parezca, son de un verde oscuro muy similar a los que tenía mi abuela. Siempre he sido víctima de todos aquellos que osan verme sin más, no dejan de señalar el precioso color de mis ojos, incluso han llegado a desearla… la odio, como no tienes idea. No importa cuan preciosa pueda ser, siempre la he odiado, por ello evito a toda costa verme al espejo, no es lindo que una mirada triste, penetrante, incluso despectiva, sea la maldición a cargar por llevar a cuestas un rasgo tan bello. Es asquerosa.

Por otra parte, mis rasgos femeninos son bastante finos, al igual que son contorneados con mi piel de color claro, al tocarla, podría jurar que estás acariciando un pequeño durazno… claro que no te dejaré hacerlo para comprobar. Mis curvas femeninas no son tan… prominentes… es algo que claro me acompleja, pero supongo que aún me queda crecer, de cualquier forma estoy bien así, estoy cómoda con mi cuerpo.

Mis piernas y brazos son delgados y algo largos, en especial mis piernas, he de presumir que las faldas me sientan más que bien, los dedos de mis manos son tan finos que parecen se romperán el algún momento y bueno, ¿qué más podría decir? ¿mi ropa? No es nada del otro mundo, atuendos típicos de Francia, accesorios lindos que hacen resaltar lo que ya poseo.
Psique
Quizá sea un tanto narcisista hablar de mí, pero sinceramente no es como que me importe mucho, son cosas que obligatoriamente debo decir así que si es un fastidio, bueno, da igual. Desde pequeña se me enseñó a ser una mujer de buenos modales, un buen andar, siempre recta al caminar. Cual princesa nunca cruzar los pies al sentarme pero sí mantener los talones juntos al igual que las rodillas, el porte perfecto que las damas siempre deben dejar ver a simple vista, una mujer de alta sociedad que hasta los de su mismo estatus envidien.

Sin embargo, el estar siempre rodeada de lujos no siempre es bueno, a mí me faltó la más grande de las riquezas: amor. Mis padres siempre han cuidado de mí, sí, sé que me quieren por cómo me tratan, el cómo me cuidan y ven por mí, sin embargo si forma de querer siempre ha sido un tanto egoísta hacia mi parte. Desde que recuerdo he estado encerrada en casa, se me negó el contacto con cualquier otro ser humano que no fuese mi nana, mis maestros personales, los hipócritas de mi familia y claro, mis padres. ¿Hermano? Jamás tuve, al ser hija única se me daba todo lo que quería, todo lo que pedía, incluso aunque no lo necesitara, supongo que la necesidad de querer llenar un vacío emocional con objetos siempre estuvo latente todo el tiempo; créeme cuando te diga que mil prendas de diseñador cubriendo tu cuerpo no te hacen sonreír como si un buen amigo te abrazara con cariño.

Yo siempre quise recibir amor a mi manera, ese que yo sentía necesario, que requería, el que vi en tantas películas y series, libros, incluso comics y revistas, quería que me quisieran como yo quería, ¡¿era mucho pedir?! La soledad se volvió mi única compañera, amiga y confidente, me arraigué tanto en esta que la necesidad de hablar se volvió nula, las expresiones de mi rostro parecieron jamás haber estado ahí, la desconfianza a todo aquello desconocido y tonto ante mi manera de ver la vida era más que palpable al cerrarme y negarme a conocer o descubrir, estaba bien donde estaba, estaba bien con lo que tenía, nada me faltaba, nada era necesario para querer salir.

Comencé a auto compadecerme cuando por las tardes escuchaba la risa de los jóvenes que paseaban cerca de casa rumbo a sus hogares tras una pesada jornada de estudios, imaginar el qué sería tener un poco más, quizá pecar de avaricia, desear eso que los demás tenían sin perder las comodidades que ya poseía… ¿o es que sería capaz de dejarlo todo sólo por sentir esa calidez que pensé alguna vez? Con el tiempo comprendí que el egoísmo del ser humano era digno de admirar, comprendí que si todos estaban bien sin mí, que si el mundo giraba y a nadie más le importaba cómo me sentía o lo que quería entonces nadie notaría la ausencia de los demás, que aquello que el ser humano ignoraba se volvía el más grande aliado de su felicidad; comprendí que el ser humano no era más que un estorbo.

Todos los días, sin excepción, a mi mente llegaban esos pensamientos únicos y perfectos, con tanta fantasía en el centro de esta, todo gracias a los textos que en algún momento puse mis ojos y mi atención, ¿quién podría negar el que pensó en algún momento pertenecer a un mundo fantástico? Uno donde todo aquello que deseaste se cumpliera, uno que pudieses moldear a deseo y capricho, uno al que pudieras entrar y salir sabiéndote dueña, sin que te juzgaran, sin temer a nada.

Dejé de lado todos los sentimientos tontos como el cariño, el amor, la confianza, todo, cualquier cosa que se interpusiera en mi camino y me volviera débil. Si tenía que salir adelante sola, lo haría, sin ayuda de nadie.
Historia
Últimamente las noches habían sido demasiado complicadas, una tras otra, los sueños que podía tener en el poco tiempo en el que podía dormir se volvían más y más extraños, era como si una sensación de que no estuviera sola se amotinara de mi, que reclamara un terreno que jamás había permitido fuese tomado, y peor aún, esa compañía parecía tan real, se sentía tan cálida… La aborrecía.

El insomnio comenzó a ser más que común para mí, temía dormir, de hecho pasaba la mayor parte del tiempo pegada a la computadora o al celular, hacía todo lo necesario porque el sueño no me ganara, no deseaba dormir, me aterraba la idea de pensar en que aquella pasajera sensación se volviese parte de mí, que me agradara, que poco a poco comenzara a necesitarla y el abrazar aquella idea era solo una tonta distracción, era sólo un vago recuerdo de lo que necesité en algún momento, era una estupidez.

Sin embargo fui tonta, caí. Por capricho y quizá algo de necedad decidí entregarme a aquella sensación, dormir por cuenta propia pese a temer lo que pudiese pasar, y es que no importaba, no me importaba, de cualquier forma no tenía nada que perder ya a esas alturas. Esa sensación cálida se mantuvo la mayor parte de un sueño que no recuerdo, y que quizá jamás pasó, ¿y si todo era un invento de mi mente para poder aguantar una vida tan vacía? Fuese lo que fuere, lo que jamás olvidaré lo que pasó aquella noche.

Era como si una voz me llamase desde lo más lejos, un eco que resonaba en lo más hondo de mi ser, uno que poco a poco se volvía de lo más dulce a lo más profundo hasta volverse no más que un murmullo, y entonces pasó. Un brutal estruendo sacudió aquel mundo en el que parecía todo estar en paz, las sombras lo consumieron, me rodearon, la sensación de desesperación y ansiedad me consumieron en un instante y sin poder preverlo ya me veía en el suelo, despertando de golpe tras golpear de lleno contra el piso. Estaba empapada en sudor, aterrada, enmudecida por el impacto tan grande que había recibido, no comprendía qué había pasado, sólo sabía que no quería volver a experimentarlo jamás en mi vida.

Tardé en reponerme, segundos que parecieron una eternidad, cerré con fuerza mis párpados esperando a que las náuseas desaparecieran y el corazón detuviera su frenesí, pero entonces un sutil destello escapó de entre la media abertura del cajón bajo del buró junto a mi cama, curiosamente se sentía como aquel sueño, una calidez única, indescriptible, extraña.

. . .
No daba crédito a lo que veían, y es que parecía como si fuese uno de esos videojuegos de bolsillo, un peculiar aparato de color negro con detalles en azul, juraba que parecía palpitar, y la luz que desprendía la pantalla era por demás cegadora. Tuve que poner mi zurda frente a mis ojos para cubrir aquella luz y poder observarlo mejor, y con la otra mano traté de tomarlo hasta poder tenerlo entre mis dedos.

De un momento a otro la luz se volvía tenue, poco a poco parecía desaparecer hasta que en la pantalla se podía observar una especie de huevo, mismo que al igual que la sensación que transmitía hace nada el aparato, parecía palpitar. No niego que en su momento quedé sorprendida, confundida, y dada la situación y el contexto muchos hubiesen tachado aquella experiencia como extranormal, para mí, siendo alguien que siempre buscaba lo lógico en todo, di por hecho que era uno de tantos aparatos que caprichosa había pedido a mi padre, y quizá con el golpe la lámina de plástico que impedía este se activara cayó, encendiéndose, como aquel tamagochi que tenía y había olvidado por falta de pila.

Los días pasaron y no di más importancia a aquel acontecimiento, mi sueño por fin se había regularizado, ningún episodio de insomnio o pesadillas había turbado mi vida hasta entonces, todo volvía a ser normal, común y aburrido. Los familiares de mi padre habían llegado a la ciudad, y por insistencia de una de mis primas terminé accediendo a llevarla a lo más alto de la torre Eiffel, después de todo cualquier extranjero que viene a Francia está obligado a sacarse la famosa selfie ahí, ¿no?

Estuvimos ahí por bastante tiempo, horas quizá, maravillada por todo lo que había no hice más que suspirar resignada dejándola hacer y deshacer cuanto quisiera. Le avisé a ella y a mi tía que podían quedarse a ver cuánto quisieran, y fue cuando me acerqué a mi prima la más pequeña cuando noté cómo tenía entre sus manos la… cosa, el aparatillo de aquella noche, ¡juraba ya me había olvidado de él!, era obvio que me molestaría, era obvio que había entrado a mi habitación y tomado mis cosas sin mi permiso, estaba tan molesta…

Le arrebaté aquel objeto sin medir mi fuerza, lastimándola, viendo con desprecio a los demás integrantes de mi familia, dejándoles ahí, solos, mientras por mi parte tomaba otro rumbo lejos de toda la gente que había sido testigo de aquella dramática escena. Tomé el único elevador disponible, no recuerdo siquiera que botón piqué, estaba tan fuera de mí que el tiempo pareció detenerse, la atmósfera, pesada, no hacía más que oprimirme el pecho, e inconsciente me había aferrado tanto a ese objeto que no sabía en qué momento mi mano había comenzado a entumecerse por la falta de circulación en la sangre.

Una densa niebla se había colado por la parte baja del ascensor, y poco a poco se filtraba entre cualquier abertura, hasta que el sonido tan característico del elevador había avisado sobre la llegada al destino indicado. Cuando reaccioné la puerta poco a poco se abría, la niebla había comenzado a cubrir mi cuerpo, pequeños destellos propios de los rayos se veían a lo lejos mientras luces tenues entre rojo y amarillo dejaban en claro que me encontraba ya en lo más alto de aquella torre. Mi curiosidad pudo más que la razón, y curiosa comencé a salir, exponiéndome a aquello que estuviese fuera.

Tres pasos, solo tres fueron suficientes antes de caer al vacío, ¡creía que mi garganta se desgarraría! Grité tanto que si nadie me escuchó habría sido un milagro, pero pareció que fue así, en mi ignorancia, había caído al vacío; había muerto en París.

. . .
Abrí mis ojos de golpe apenas tuve conciencia, exaltada me incorporé de golpe mareándome en el proceso. Caí de rodillas llevando ambas manos a mi corazón, y fue cuando lo sentí, aún lo tenía en mis manos. Tragué pesado y observé la pantalla, el huevo no estaba más, tampoco prendía ya, quizá con el golpe se había descompuesto, pero vamos, ese era el menor de mis problemas. En cuanto sentí la caricia del viento alcé mi rostro, un enorme campo de preciosas flores que danzantes me daban la bienvenida, el césped, bajo mis rodillas, estaba húmedo, seguro había sido por el rocío de la mañana. Árboles y arbustos de los cuales parecían colgar huevos me rodeaban, y la sensación de paz y tranquilidad estaban por encima de lo sorprendida que me encontraba.

Juro creí me encontraba en el paraíso, pero en cuanto recobre conciencia y tuve noción de donde estaba en ese momento lo comprendí, estaba en un nuevo mundo, uno que lo volvería mío.
☆ Nombre
Jeanne Dugés
☆ Sexo
Femenino
☆ Nacionalidad
Francesa
☆ Edad
17 años
☆ Digivice
D-Arc
Luna
meilleur ami
Mi compañera
¿Luna? Pues… Después de tener entre mis manos aquel peculiar huevo, único, aún recuerdo cómo resaltaba de entre los demás. Apenas lo tomé se quebró, y claro, nació ella… o él. Hemos estado juntas siempre, me ha enseñado sobre su mundo, me ha enseñado a confiar, aunque sea un poco, y es que esa actitud suya, tan ingenua, quizá un poco torpe. Sé que se preocupa bastante por mí, y aunque a veces habla demasiado, ayuda a que los días sean más pasajeros y no tan pesados.

Es muy paciente, y sé que en muchas ocasiones ha tenido que lidiar con mi recio carácter, aunque le he gritado, maltratado, incluso golpeado, se mantiene a mi lado sin importar qué. Es… como un perro, noble, fiel, obediente, buena compañía. Es una mascota bastante peculiar.

☾ Digimon
Lunamon